DE JOSÉ CARLOS BECERRA, SU OBRA LITERARIA Y LA TRÁGICA HERENCIA


Ahora traemos para ustedes, amigos lectores, una cortesía en las letras. Decidimos compartir una selección de la obra de José Carlos Becerra (Villahermosa, Tabasco; 21 de mayo de 1936 – Brindisi, Italia; 27 de mayo de 1970). Este tabasqueño fue un poeta mexicano que entró en el mundo literario como narrador. Desde joven escribía y mandaba cuentos a diversos concursos. Ya en 1953, con 17 años, había ganado un premio con su cuento "El ahogado", tema recurrente en su poesía posterior. En uno de aquellos premios se encontraba como jurado el prócer Carlos Pellicer, que ya desde entonces sería uno de sus preceptores y protectores. Nunca había considerado escribir más que en prosa y sin duda aprendió en ella muchos de sus recursos. En el intento de unidad total que proyectaría más tarde en sus escritos poéticos, está muy visible la destreza y la disciplina de un cuentista, algo que consolida su personal concepción del verso y del versículo, el contorno de su nítida forma enrevesada. Todo en la poética de Becerra, y en su teoría, está fundamentado en los problemas del lenguaje, en los problemas del verbo, en las indagaciones de la palabra. La construcción del versículo exige rigidez y disciplina Si el habla se opone a la lengua, según Saussure, su separación determina lo que es social de lo que es individual, lo accesorio de lo esencial. Becerra se decanta por esta forma como estructura creativa versicular porque en ella encuentra el habla individual y se siente cómodo en la aventura de desarrollar sus condiciones expresivas.

José Carlos Becerra, Carlos Monsivais
y Emmanuel Carballo (1968)
Becerra se consideraba un hombre con suerte porque en cada una de las etapas de su vida, de su escritura, se había encontrado con autores que le habían servido de gran ayuda, de la misma manera que el cine, el arte comercial, los comics y los medios masivos le habían mostrado un lenguaje diferente. Gracias a eso jugaba con el estilo singular proporcionado por las imágenes. Recordemos que el primer poema con el que se dio a conocer en 1960 se llamaba "Blues" y que algunas de sus creaciones más logradas, como "Batman" o "El halcón maltés", son deudoras de las nuevas culturas y de los nuevos habitantes y costumbres que de la ciudad industrial.

La mañana del 29 de mayo, un cable publicado en la tercera página del Excélsior sorprendió con su escueta brutalidad a los amigos de Becerra y sin embargo dejó creer a algunos que podía tratarse de otra persona, pues en la nota se mencionaba que "El arquitecto mexicano Carlos Becerra Ramos murió hoy en un accidente de carretera, en las cercanías de San Vito de los Normandos. Tenía 34 años de edad (sic)".

Por la tarde la noticia estaba confirmada: el arquitecto Carlos Becerra Ramos era ciertamente el poeta José Carlos Becerra. Se sabía también que su muerte ocurrió el miércoles 27 y no el jueves 28 como informaba el cable de ANSA. Con todo, de no haber sido por al publicación de este lacónico despacho, el cónsul de México en Nápoles hubiera sepultado el cadáver en la fosa común de Brindisi y rematado en subasta pública las pertenencias de Becerra, entre ellas los manuscritos de los tres libros inéditos.

La noche del 4 de junio de 1970 llegó su féretro a México, al día siguiente, José Carlos Becerra fue sepultado en Villahermosa, Tabasco. Murió a los 34 años y 6 días.

Su obra poética íntegra fue editada en el volumen El otoño recorre las islas en 1973, con prólogo de Octavio Paz, y se ha convertido en una de las más importantes de la literatura contemporánea de México; sin embargo, su quehacer poético no es tan conocido entre las nuevas generaciones de lectores, a pesar de la calidad incuestionable del mismo.

En este sentido, el propósito fundamental de la publicación de un ebook con una selección de la obra del poeta es que llegue a manos de un nuevo público, principalmente de los jóvenes usuarios de la internet, para que disfruten la obra de uno de los más grandes poetas nacidos en Tabasco.


BLUES
No era necesaria una nueva cometida de la soledad para que lo supiera.
Navegaba la mar por un rumbo desconocido para mis manos.
Donde el amor moró y tuvo reino
queda ya sólo un muro que avasalla la hierba.
Queda una hoja de papel no en blanco
donde está anocheciendo.
Donde goteaba luceros una noche
sobre unos hombros limpios como verdad mostrada,
sólo queda una brisa sin destino.
Donde una mujer fundara un beso,
sólo árboles postrados al invierno.
Y no era necesario decirlo.
El corazón sin que sea una lágrima
puede sombrear las mejillas.

La ventana da a la tristeza.
Apoyo los codos en el pasado y, sin mirar tu ausencia
me penetra en el pecho para lamer mi corazón.
El aire es una mano que está hojeando mi frente.
Mi frente donde la luna es una inscripción,
Una voz esculpiendo su olvido.
Como humo la luna se levanta
de entre las ruinas del atardecer.
Es muy temprano en ese azul sin rostro.
No era necesario enturbiar la soledad
con el polvo de un beso disuelto.
No era necesario
memorizar la noche en una lágrima.
Los labios sobrecogidos de olvido,
pulsaciones de un oleaje de mar ya retirándose,
ruido de nubes que el otoño piensa.
Hay lápices en forma de tiempo, vasos de agua
donde el anochecer flota en silencio.
Hay la rama de un árbol como un brazo esculpido
por algún abandono.
Hay miradas y cartas donde la noche puso en marcha al vacío,
a las frentes que extinguen su remoto color
sobre letras que ensalzan señales de viaje.

Aquí está la tarde.
Puede enrolarse en ella quien esté enamorado.
Aquí está la tarde para designar una ausencia.
Suena en mi pecho el mundo
como un árbol ganado por el viento.
No era necesaria la tarde, tampoco este cigarro cuyo humo
puede ser otra mano evaporándose.
Invernará la noche en mi pecho.
No era necesario saberlo.
No tiene importancia.



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